jueves, 1 de noviembre de 2012


Siendo niña revoloteaba entre flores de cementerio, miraba con curiosidad las tumbas, cuando íbamos al pueblo a visitar las de los abuelos.
Repartíamos flores en aquellas que no tenían quien les dejaran.
Había difuntos de todas las edades.
Parecía que nada de eso tuviera que ver con nosotras.
Se han ido descontando esos familiares que con cálido gesto nos llevaban de la mano.

No soy la niña que fui, pero ella está aquí, mirando a través de mis ojos.

Somos los muertos que velamos.
Pisamos y respiramos.
Pensamos y hablamos.

Los frutos que estos días tomamos son la antesala de un frío invierno, en que la naturaleza quiere reponerse.

Acopio de energía para caldear los músculos ante el frío.

Queremos pensar en un estado del ser tras el transito.

La identidad se perderá.
Nos encontraremos sin límites ni barreras.

Los límites de la vida los hemos tejido a conciencia. Son pilares en que atamos cuerdas que nos sostienen.

Creencias que queremos imbuir en otras mentes.

No hay comentarios: