martes, 13 de marzo de 2012

Me queda volver a casa

Hacía tanto tiempo que no usaba la bañera, que ni lo recuerdo.
Era madrugada de este día que no he empezado, porque no he acabado el otro.
Había dejado de usarla porque se decía que con la ducha se consume menos agua, pero hoy era necesario hundir mi cuerpo y liberarlo de amarras.

He vuelto a la cama, pero no había forma de coger el sueño.

A las cinco he tomado mi café con leche y galletas.
Tras dos días de dieta astringente, me la he jugado.
Hay que experimentar y escuchar el cuerpo.
Uno de mis médicos, homeopata, me dijo una vez que no se debe temer a las reacciones del cuerpo, porque éste se purifica siempre que puede.

El tuyo ya no pudo.

Sudabas.

Papá, antes de marchar lo advirtió.

Yo no me había dado cuenta.

Estaba fundida a ti, cogida de tu mano inerte.

Él siempre pendiente de ti. Y tú de él.
No vivíais uno por otro.

Ahora está relajado.
Te añora tanto...
Hemos hecho piña para sustentarle y evitar que caiga en ese abismo que atisbo.

Crédula de mí, pensé que esa reacción te sanaba. Que ese estado de latencia era necesario para que tu cuerpo recobrara energías necesarias para hacer frente a los pasos siguientes.

¡Ya no!

Suerte que en el Hospital del Sagrado Corazón de Jesús, tu mayor devoción, el trato es de lo más humano. Nada que ver con el que habíamos dejado atrás.

Tu final fue pausado.

El día de tu sueño, cuando regresaste, con movimientos discordes y gestos de desagrado, en silencio, me respondías con movimientos de la mano, indicando que venías de arriba.

Ese tipo de señales se repitieron esos días.

No los tomábamos en serio.

Pensamos que formaban parte de tus creencias y que por ello los reproducías.

Ese día, vino a mí, durmiendo o no, la imagen de mi abuela, tu madre, que estaba en camino.

Ella iba a tu encuentro.

Papá ha tenido visitas.

Al principio creíamos que eran sueños.

Me queda volver a casa.

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